Historia
Heráldica municipal
El 27 de diciembre de 2001 todos los grupos políticos que constituían el Ayuntamiento de Aguilar de la Frontera presentaron una moción para modificar el escudo heráldico oficial, que había sido concedido por decreto del 23 de marzo de 1972, “por presentar algunos elementos distorsionadores con respecto a la realidad histórica de Nuestro Pueblo”, y para crear la bandera oficial del pueblo. A raíz de ello, se creó una Comisión para llevar a cabo los trabajos propuestos. Al cabo de un tiempo, y tras la realización de los estudios heráldicos y vexilológicos pertinentes, se tomaron los siguientes acuerdos:
1. Modificación del escudo heráldico:
Dicha modificación consistía en la sustitución del águila del escudo antiguo, que no obedecía a ningún criterio histórico ni heráldico, por otro vinculado a la casa de Aguilar, el primer linaje del Señorío a que daba nombre. El resto de los elementos del escudo antiguo: coronas, escudo, toisón que sí se respondían a criterios bien documentados, relacionados con la casa de los Fernández de Córdoba, tercer linaje del señorío, fueron mantenidos. Con ello, se conseguía que en el nuevo escudo oficial de Aguilar de la Frontera quedaran reflejados –y fundidos- los tres linajes señoriales con que contó la villa.
La descripción del nuevo escudo es la que sigue:
- UN ÁGUILA DE SABLE, EMBLEMA PARLANTE DE AGUILAR, CARGADA EN EL PECHO DE UN ESCUDO DE ORO CON TRES FAJAS DE GULES TIMBRADO CON CORONA DUCAL SOBRE EL JEFE Y CON EL TOISÓN DE ORO CON UN COLLAR CUYOS ESLABONES DOBLES ESTÁN ENTRELAZADOS POR PIEDRAS DEL RAYO, DE AZUR, EN LLAMAS DE GULES.
- EL ÁGUILA ESTÁ SURMONTADA DE CORONA REAL CERRADA.
2. Adopción de la bandera municipal:
En la que igualmente se intentó sintetizar el desarrollo histórico del señorío de Aguilar de la Frontera, aunando las señas distintivas de sus tres linajes. El acuerdo adoptado consistió en incorporar el nuevo escudo propuesto sobre un fondo blanco, que era el color de la Casa de Aguilar, según aparece en toda la documentación consultada.
Así, la descripción de la bandera sería la siguiente:
- BANDERA DE SEDA O TAFETÁN, RECTANGULAR, VEZ Y MEDIA MÁS LARGA QUE ANCHA (DEL ASTA AL BATIENTE), BLANCA CON EL ESCUDO OFICIAL DE AGUILAR DE LA FRONTERA (ANTERIORMENTE DESCRITO), CUYO EJE CENTRAL COINCIDE CON EL CENTRO DEL VEXILO.
Ambas propuestas, la del escudo y la bandera, fueron aprobadas por el Pleno del 23 de marzo de 2003 y enviadas a la Junta de Andalucía para su aprobación definitiva, recogida en el Decreto 261/2003 de 16 de septiembre.
Época contemporánea y actual
En esta etapa se viven diversas coyunturas políticas cuyo conocimiento nos descubrirá las claves de nuestra historia más reciente: La Guerra de la Independencia, la época de Fernando VII, el período Isabelino, el Sexenio Revolucionario, la Restauración, la Dictadura de Primo de Rivera, la II República y la Guerra Civil, la Dictadura de Franco y la etapa actual.
Como líneas maestras del período podemos subrayar las siguientes: durante el siglo XIX se produce el afianzamiento del régimen liberal en nuestro país. Ello trae como consecuencia una centuria muy convulsa en la que destacamos los siguientes rasgos, a modo de grandes trazos, para nuestra localidad: el asentamiento de un nuevo tipo de organización político administrativa con un Ayuntamiento que sustituye a los cabildos del antiguo régimen y con una red de formaciones políticas que irán evolucionando a lo largo de todo el siglo siguiendo las directrices nacidas en la Corte y en la que se verificarán los antagonismos entre liberales y absolutistas, moderados y progresistas, monárquicos y republicanos o liberales y conservadores; la redistribución de las propiedades agrarias, gracias a las sucesivas desamortizaciones del XIX; el nacimiento de nuevas “élites” locales, como consecuencia de esas desamortizaciones y el inicio de las primeras reivindicaciones obreras, con Antonio Chacón, que incorpora a nuestro pueblo a la AIT. En lo demográfico, Aguilar pasa de los algo más de 8000 habitantes a comienzos del XIX a los 13000 de 1900.
En este siglo destacan figuras como: José María Olivares, Antonio Toro Valdelomar, José Marcelo García de Leaniz, Jerónimo Palma y Reyes o la del beato Nicolás Alberca y Torres.
El siglo XX que en lo político se inicia con el aletargado ritmo de la Restauración podría ser definido en virtud de las siguientes claves: la búsqueda y definitivo afianzamiento de un sistema democrático: esbozado durante la Restauración, truncado en la dictadura de Primo de Rivera, completado durante la II República, aniquilado durante el franquismo (tras una cruenta guerra civil que sembró el dolor en muchos hogares aguilarenses) y reencontrado en la época actual; la atonía económica explícita en la escasa industrialización, en el surgimiento de continuos conflictos de clase, en el primer tercio del siglo, en la sangría de la emigración, sobre todo en los sesenta y en la dependencia, sempiterna, del sector primario. En lo demográfico, Aguilar de la Frontera acaba el siglo con la misma población que lo comenzó: en torno a los 13000 habitantes.
Nombres señalados de esta centuria son los de los políticos Ricardo Aparicio y Aparicio, José Estrada y Estrada (único aguilarense que ha alcanzado la dignidad ministerial), Miguel Cosano Moriana, el farmacéutico Diego Pérez Giménez o el del poeta Vicente Núñez Casado.
En lo urbanístico, el XX es un siglo de grandes transformaciones: se completa la urbanización del paseo de las Coronadas, se edifican las barriadas de San Vicente (2ª década del siglo), los Pisos (años 60) y Cerro Crespo (años 80); se transforman los modos constructivos; se crean la red de alumbrando y alcantarillado, etc.
Época moderna
Los siglos XVI, XVII y XVIII en Aguilar de la Frontera son aún insuficientemente conocidos ya que apenas se han realizado estudios sobre ellos. En lo político y social, nos encontramos ante una realidad escindida en dos ámbitos que frecuentemente sufren enfrentamientos: Por una parte, el poder señorial, ejercido por el linaje de los Fernández de Córdoba; por otro, el poder municipal, compuesto por unas “élites” vinculadas a la baja nobleza, que trata de afirmar su identidad (ejemplo de ello, es el pleito de los aguilarenses contra Catalina Fernández de Córdoba en 1562). Estas “élites” locales acabarán conformando un núcleo reformista e ilustrado (representado por ejemplo en la figura de Alonso de Valenzuela) que en el XVIII estructurarán la Sociedad Económica de Amigos del País de Aguilar de la Frontera. Junto a ellos, un ingente grupo de pequeños propietarios, campesinos, artesanos y eclesiásticos conforman la sociedad aguilarense durante estos siglos.
La economía se centró en el cultivo de los cereales, del viñedo y del olivar. En Aguilar proliferó la pequeña y mediana propiedad, según consta en el catastro de Ensenada.
Urbanísticamente, Aguilar de la Frontera se abre más allá del viejo recinto medieval. Aunque su centro orgánico gira en torno al eje que conforma la Cuesta de Jesús, donde se sitúan, sin solución de continuidad, el poder señorial, representado por el viejo castillo; el espiritual por la Parroquia del Soterraño que sufrirá la gran ampliación de 1530 y posteriores añadidos durante el Barroco y el municipal sustanciado en las Casas Consistoriales, nuevas arterias se desarrollan por otras áreas. También surgen algunas de las casas señoriales que aún se conservan en la Calle Moralejo, se edifica el Convento e Iglesia de las Descalzas o la Torre del Reloj (1774).
Pero, en definitiva, son siglos de luces y sombras, de moderada expansión (XVI y XVIII) o de crisis (XVII: gran mortandad -con frecuentes epidemias: en torno a 1600, años centrales y 1680- y caída del sector agrícola, sobre todo el vinícola) en los que la población aguilarense pasa de los 1136 vecinos (aproximadamente 3800 habitantes) en 1530 a los 2600 a principios del XIX (8541 almas).
Aguilarenses destacados de estos siglos son Rodrigo de Varo y Antequera, el mencionado Alonso de Valenzuela, los hermanos Gutiérrez de Salamanca y José Fernández de Toro, obispo de Oviedo.
Época medieval
En esta época debemos diferenciar entre tres períodos marcadamente definidos: el previsigodo y visigodo, de los que apenas conocemos nada (la existencia de una sede episcopal, como ponen de manifiesto los documentos del Concilio de Elvira, en el siglo IV, al que asistió el obispo de Ipagro, Sinagio, o el testimonio en el código de Leyes de Sisebuto en el que se hace mención al índice de Epagro como un notable centro de población), el musulmán y el cristiano.
Ipagrum, nombre que fue utilizado al menos hasta el siglo IX por la comunidad cristiana fue conquistada en épocas muy tempranas por los musulmanes, que pronto empiezan a denominarla Bulay (o Poley). Bulay pasa a primer plano con motivo de las revueltas muladíes encabezadas por Umar ibn Hafsun. Las primeras menciones se refieren a 890 cuando ibn Hafsun ocupa la población. Desde aquí parten sus escaramuzas y razias que tienen como objetivo las tierras del alfoz de Córdoba. Ello obliga el emir omeya Abd Allah a iniciar una respuesta militar que culmina con la ocupación de Bulay en mayo de 891, lo que supuso el inicio del fin de las rebeliones muladíes y el afianzamiento del poder omeya cordobés.
Administrativamente, forma parte Bulay durante el califato de la cora de Cabra aunque posteriormente, entre 1031 y 1069, se integró en el reino de los ziries de Granada, desconociéndose cuál fue su evolución posterior.
En Bulay conviven durante este período población beréber, cristiana (un millar fueron condenados a muerte por el emir Abd-Allah por ser partidarios de ibn Hafsun) y judía.
Bulay es conquistada en el año 1240 por las tropas del rey Fernando III de forma pacífica, por pacto de capitulación, lo que permitió la permanencia de población musulmana que conservó propiedades y libertades. El proceso de señorialización de la villa comienza pronto. En 1257, Alfonso X la donó por privilegio rodado a Alfonso Yánez Dovinal, personaje de origen portugués que de forma inmediata cambia su nombre por el de Aguilar. Acto seguido, en 1260, se realiza una repoblación con población cristiana.
Hasta el siglo XIX se suceden los tres linajes que ostentan el señorío, el de los Aguilar, que se extingue por causas naturales en 1344, el de Alonso Fernández Coronel finalizado de manera cruenta en 1353 (como culminación de la revuelta del mencionado señor contra el rey Pedro I) y el de los Fernández de Córdoba que se extiende desde 1370 hasta la disolución del régimen señorial. De este linaje sobresalen las figuras de Alonso Fernández de Córdoba, Alonso de Aguilar, quien concentró en sus manos el control del concejo cordobés y la tenencia de varias plazas fronterizas, y de su hermano Gonzalo, el Gran Capitán.
Nada podemos decir de la sociedad aguilarense durante el medievo ni del número de pobladores de la villa en estos siglos.
Protohistoria y época antigua
Ante la inexistencia de una serie de excavaciones sistemáticas en nuestro término municipal, son escasas las referencias sobre estos momentos tan remotos. El cerro del Castillo se constituye en el principal enclave poblacional de la zona, donde se fueron superponiendo diversos poblamientos. En él aparecen numerosos restos cerámicos adscribibles al tránsito a la Protohistoria en las laderas suroeste y norte, distinguiéndose con claridad dos fases: bronce final precolonial y período orientalizante u horizonte tartésico (éste último desde comienzos del siglo VII a.C. hasta finales del VI o inicios de V a.C.). A juicio de Alberto León, de quien extraemos la información referida, ”el Cerro del Castillo queda definido como un yacimiento de primer orden; es decir, sería uno de los grandes centros a partir de los cuales se organizaría la red de poblamiento de la zona”.
También en el Castillo se han hallado numerosos restos arqueológicos de época ibérica, lo que hace pensar en la existencia de un “oppidum” o centro urbano amurallado y en la posibilidad de que se constituyera como centro de poder e importante núcleo de población.
Ya en época romana tenemos noticias de la existencia de Ipagrum, situada en el territorio de la actual Aguilar de la Frontera, aunque se desconoce su lugar exacto. Aparece mencionada en el “Itinerario de Antonino” (siglo III d.C.) y en el denominado “Anónimo de Rávena” en la vía de Corduba (Córdoba) a Anticaria (Antequera). Algunos testimonios epigráficos también nos permiten establecer la existencia de un “ordo ipagrensis” lo que nos aporta un síntoma evidente de una organización social y administrativa adoptada y asimilada de la romana. Sin embargo, en ningún documento se le califica como municipio, aunque algunos epígrafes alusivos al senado y decuriones de la ciudad parecen confirmar su estatuto municipal.
A partir de entonces se desarrollaría económicamente, dentro de un marco agrícola y comercial, y políticamente con la aparición de personajes importantes que desempeñaron cargos políticos y a los que el Senado ofreció honores en algunas ocasiones.